Domingo, 16 de junio. Una playa de Cantabria. Son las cinco de la tarde. Un crío salta a la arena desde la terraza de un bar. Se detiene a pocos metros. Examina el terreno. Algo le ronda por la cabeza.
Pasados unos instantes, entra en acción. Coge piedras y palos de distintos tamaños y los coloca cuidadosamente sobre un lienzo imaginado.
Se muestra pensativo, como en un proceso creativo. Se levanta. Frunce el ceño. Se vuelve a agachar. Diseña y rediseña algo con sus manos.
Cuarenta minutos después, decide poner punto y final a una intensa tarea. Luego la repasa, resoplando, y desaparece.
José Antonio, de Mogro, siete años de edad, dejó plasmada junto a las olas una pequeña obra de arte.